Antes, viajar era sinónimo de desconexión total. Hoy en día el sólo pensar quedarnos sin batería en el celu ya parece pesadilla, ni pensar siquiera en viajar sin poder revisar nuestras apps favoritas. Pero ¿es necesario irnos y seguir conectados? Veamos los Pro y Contras de esta idea.
“Wait a second, where’s my phone?“
—Professor Shelly Oberon aka Bethany, Jumanji Welcome to the Jungle
Abro con esta frase de Jumanji 2 porque, además de ser divertida, nos representa muy bien cómo funcionamos hoy en día.
Los teléfonos, querámoslo o no, se han vuelto parte importante de nuestros días. Yo, que juraba que no lo usaba tanto, bastó que me asaltaran y me robaran el teléfono para darme cuenta que sí, efectivamente, lo usaba y mucho.
(No entraré en detalles del robo, fue un poco más de 1 año y no me pasó nada grave, sólo el susto).
Es que uno no se da cuenta lo importantes que son y no sólo por el tema de las redes sociales. ¿Necesitas llegar a un lado? Google Maps. ¿Necesitas movilizarte? Uber, Cabify, elija otra. ¿Cómo estará el día? Accuweather. ¿Pasó algo grave y tienen que comunicarse contigo? Llamada o la app que prefieras para mensajería.
Ahora piensa lo siguiente, llegas a una ciudad desconocida, donde nadie habla tu idioma y tienes que llegar a tu hotel. ¿Cómo lo haces para movilizarte?
En mi primer viaje, el teléfono lo usaba sólo en los hostales donde me quedé ya que ahí podía tener WiFi. Lo usaba para comunicarme con mi mamá, quizás para enviarle alguna foto, pero nada más allá del clásico “¡Mami! Ya estoy en Roma”.
Ahora se preguntarán ¿cómo lo hacía para moverme?
Respuesta: usaba un mapa.
Soy fanática de tener mapas, coleccionarlos y usarlos para moverme cuando viajo. Son prácticos, te permiten aprenderte las calles y además te ayudan a descubrir los secretos ocultos de la ciudad que visitas. Muchas veces el tener una ruta armada gracias a Google Maps, te obliga a moverte de forma más rápida y te pierdes de muchas cosas porque vas pendiente de la pantalla para no salirte de la ruta.
Si bien me gustan los mapas, soy la primera en admitir que no son lo mejor si quieres pasar desapercibido o como un local más. Andar con un mapa, por muy pequeño que sea, es gritar a los cuatro vientos “¡soy turista!” Y nadie quiere eso. Menos si viajas solo.
El celular en ese sentido te ayuda a moverte rápido, puedes llamar por teléfono a tu hotel si no te ubicas bien, puedes pedir un Uber si no quieres aventurarte con los taxis, puedes tomar fotos y subirlas enseguida a las redes sociales para compartir con tu familia y amigos, de ese atardecer que tanto te gustó.
El problema de los celulares es justamente ese, siempre estás conectado.
Los últimos pelambres, los dramones de la oficina, los “oye, me puedes traer tal cosa” estarán a la orden del día. Que, si pedrito comentó alguna tontera en tu foto, que el familiar lejano que se enteró que estas de viaje y se enojó porque no le contaste (y de pasada te pide cosas), que en la oficina pasó algo y necesitan que te conectes.
Desconectarse es imposible cuando andas con teléfono, pero pasar por un local más también lo es si andas sólo con un mapa y tu cámara.
Yo he vivido ambas experiencias y las dos tienen esos pro y contras que les comenté. ¿Se me hizo más fácil andar con teléfono? Pero por supuesto, era mucho más cómodo que andar con el mapa en el bolsillo y me sentía mucho más segura. ¿Me perdí de cosas por andar pendiente de la pantalla? Oh yes, había cosas que me hubiese encantado fotografiar o rincones que ni siquiera me enteré que existían por andar con el celu. Además, ni mencionar el cansancio de ser la designada en movernos por la ciudad e ir pendiente del celular vs calles.
A pesar de los contras, y siendo muy sincera, creo que volvería a andar con internet en el teléfono siempre y cuando sea posible. O sea, si algún día se me ocurre irme a Marruecos y no puedo contratar un plan de datos allá, pues a la mugre y andaré con mapita. No es un requisito para mis viajes, pero es algo a tener en cuenta.
Me gustará mucho más andar con mapa en mano y dejarme llevar por la gente, pero la tecnología es práctica y tengo que admitirlo. Ahora toca aprender a desconectarnos cuando el momento lo amerite.
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